Hace ya mucho tiempo que Europa es elegida como destino de diferentes corrientes migratorias, a las que en España se añade la proveniente de los países americanos de habla hispana y que, por la lógica de compartir idioma, llega en mayor medida que al resto de estados europeos.
El flujo que procede de Oriente Próximo tiene unas características especiales por estar compuesta en su mayoría por seres que huyen del horror de la guerra y que, por lo tanto, pueden adquirir con cierta facilidad el estatus de refugiados.
Y, por último, tenemos la africana. Una masa famélica que busca una vida mejor y más digna en un mundo que se les antoja ideal porque, a pesar del subdesarrollo que sufren, las imágenes que a través de la televisión llegan hoy hasta el más recóndito lugar del planeta, les hacen creer, no sin razón, que un “sin papeles”, un menesteroso, en Europa siempre disfrutará de mejores condiciones que las que allí tienen y que aquí quizá se les puede abrir alguna ventana de oportunidad para un progreso personal que en su lugar de origen es del todo impensable.
Europa necesita mano de obra inmigrante porque de otro modo se verá condenada al envejecimiento y a la despoblación. La explosión demográfica se ha invertido y ahora esa eclosión se está produciendo en el continente africano, un enorme espacio que, en general, carece de las mínimas estructuras sociales, del mínimo tejido industrial y, en definitiva, de un sistema político, social y económico que permita el desarrollo adecuado de su población. Europa necesita de los inmigrantes, pero el alto número de gentes que llegan o pueden llegar y el modo en que este fenómeno está sucediendo, no puede ser más que objeto de polémica y parece crear más problemas que soluciones ofrece. La inmigración está destapando las muchas carencias de la Unión Europea como estructura política y las muchas diferencias que entre unos y otros estados pueden presentarse. Bien conocida es la máxima de Mark Eyskens, de que Europa es un gigante económico pero un enano político.
Lo cierto es que, dando por descontado que todos los que vienen son sujetos que deben ser bien acogidos y cuyos derechos como seres humanos que son sean respetados, el tema puede llegar a alcanzar, y está alcanzando, proporciones que sobrepasan todas las capacidades de absorción y la probabilidad de dotarles de un futuro digno, sin olvidar que también pueden ser fuente de problemas, tanto en bolsas de delincuencia que la pobreza puede producir como por la entrada de terroristas encubiertos, o en problemas sociales creados por ellos o sus descendientes una o dos generaciones después, si su integración no es finalmente la más adecuada.
La única solución para solventar esta problemática, para que se lleve a cabo de una forma racional y controlada, para que cesen las tragedias en el Mediterráneo, para que las ONG, los servicios de salvamento marítimo o las Fuerzas Navales no se vean obligas a tener que salvar vidas, a recoger náufragos o cadáveres en el Mediterráneo, para evitar que las mafias sigan operando impunemente, la única solución, repito, que parece pueda ser efectiva y que no se me ha ocurrido a mi, es aquella de la que se lleva hablando hace mucho tiempo pero que nunca se acomete o se hace de modo muy tímido. No sería una salida inmediata sino una reparación a largo plazo y es que no puede haber otra idea más que invertir en origen, en los países infradesarrollados africanos de modo que puedan salir del marasmo en que se encuentran y sus ciudadanos dispongan de los medios necesarios para que no sientan la necesidad de abandonar la tierra que en realidad aman.
Pero también habrían de evitarse actitudes populistas, tanto las de algunos gobiernos xenófobos que se niegan a admitir a ningún inmigrante como aquellos otros, vendedores de humo, que los utilizan demagógicamente como moneda de cambio para “hacerse la foto”, lavar su imagen y lograr dividendos políticos, aunque en realidad no sean capaces de ofrecer soluciones ni creíbles ni sinceras.
Tras comprobar que las donaciones a los gobiernos africanos no son efectivas por la evidencia de que todas se pierden por el camino y nunca llegan a cumplir su función, la propuesta más comúnmente oída es la de llevar a cabo algo similar a un plan Marshall especifico para África con sus propias características. No sería fácil, pero si no se ejecuta alguna solución adecuada de este tipo, los problemas solo pueden crecer en ambos continentes.
En realidad, Europa está sufriendo en sus carnes las consecuencias de un problema que ella misma creó, pues lo innegable es que los europeos tenemos una deuda enorme con el llamado continente negro, un continente lleno de riquezas, al que se expolió y aún hoy se sigue desvalijando, con el agravante de que ahora el gigante chino se ha unido a la cohorte de explotadores.
África fue colonizada hace muchos siglos por las potencias europeas, pero sería ya en la época del llamado “nuevo imperialismo” que daría comienzo a partir de la conferencia de Berlín en 1885, cuando se repartieron la mayoría de los territorios africanos entre las potencias coloniales europeas de la época: Reino Unido, Francia, Imperio Alemán, Portugal, Países Bajos, Bélgica, Italia y España. Esta última consiguió pocos réditos de este reparto pues solo obtuvimos el dominio de lugares tan poco rentables económicamente como el Sahara Occidental, Guinea Ecuatorial, Ifni o el protectorado de una parte de Marruecos y, por lo tanto, no es que tuvieramos muchas posibilidades de sacar beneficios, aunque eso no nos exima de responsabilidades. La mayor parte de los territorios con una riqueza explotable fueron saqueados por los colonizadores, minas de diamante incluidas, pero ni se supieron ni se quisieron dejar unos países medianamente preparados para gobernarse y administrarse con la mínima solvencia económica, cuando hacia los años sesenta del pasado siglo fueron concediéndoles la independencia, dejándoles inmersos en múltiples conflictos civiles y en manos de sangrientos dictadores y genocidas tras escasos 75 años de atropello. Elocuente fue, por ejemplo, que el rey Leopoldo administrase el Congo solo como una inmensa finca particular. Algunos, Francia de modo especial, mantienen numerosos vínculos comerciales con sus antiguas colonias, aunque estas continúen sumidas en la pobreza. Las inversiones que se realizan siempre son menores que los beneficios que se obtienen y nunca se reinvierten sobre el propio terreno.
La colonización española de América, al menos comparada con la de las potencias europeas en África y con todas las lagunas, luces o sombras que pudiera tener, dígase lo que se diga y lo exprese Agamenón o su porquero, fue ejemplar, aunque la perfidia de otros imperios emergentes de la época fuese capaz de crear la injusta leyenda negra que nos sigue persiguiendo desde hace siglos.
Nadie está dispuesto a asumir la enorme vergüenza de la situación lamentable en que quedó el continente africano pero Europa es la responsable del desastre y debe tomar las riendas de su recuperación desde todos los puntos de vista, el político, el social, el económico e incluso el militar.
O salvamos a África o África nos devorará.