La última decisión adoptada por el presidente del gobierno, don Pedro Sánchez, quizá para no perder la costumbre y para que los más críticos con su labor no tengamos tiempo de aburrirnos, no podría ser más disparatada. El doctor Sánchez ha emitido un comunicado en el que, tras haber sido -según su criterio- insultado por el jefe de la oposición, rompe todas las relaciones con él.
Será que no piensa volver a salir con Pablo a tomar copas, ni al cine, ni le irá a visitar a casa con un regalo el día de su cumpleaños. No sabemos qué otra cosa podría suceder porque en los debates parlamentarios será tan necesario como siempre deliberar y otro tipo de concomitancia no parece que existiese hasta ahora entre ellos, ¿o es que no piensa debatir con el señor Casado en el Congreso cuando toque y le va a torcer la cara con un mohín de indiferencia? Ridículo y esperpéntico una vez más. Un “ya no te ajunto” de rabieta infantil.
Claro que esa puede ser una de las reacciones previsibles de alguien que se da cuenta de que ha sido derrotado en el debate y aplastado en el enfrentamiento dialéctico.
Pablo Casado cometió seguramente un exceso del que se habrá arrepentido con toda probabilidad, no por haber cambiado de opinión ni porque lo expresado esté carente de razón, sino porque al llamar a Sánchez cómplice del golpe de estado perpetrado por el separatismo, ha hecho un aspaviento más propio de sus rivales y ha dado a sus oponentes el titular adecuado para que pase algo desapercibido y no se explique con el énfasis oportuno el resto del citado debate. Casado estuvo brillante, disertó largo rato, fue incisivo y evidenció un alto nivel intelectual mostrándose como gran animal parlamentario, sin necesidad de leer guión alguno y derrotando ampliamente al presidente del gobierno, un Pedro Sánchez incapaz de oponer otras ideas más que las archisabidas y zafias acusaciones de radicalidad y crispación, hasta que recibió el balón de oxígeno que le permitió respirar para contraatacar exigiendo una rectificación.
Lo positivo para Casado puede ser que toda esta polémica y su brillante intervención parlamentaria le haya supuesto un aumento de estimación entre el electorado de derechas -que tampoco parece que hasta ahora le haya otorgado la valoración ascendente que él espera y necesita- y empiece a resultar más convincente como líder del PP ante sus bases y ante el aparato de su partido. Está por ver.
Lo que no es plausible es que Pedro Sánchez pueda sentirse realmente ofendido. No parece sino otra sobreactuación, una más entre las ya que nos tiene acostumbrados. El mismo que insultó a un presidente del gobierno llamándole indecente, el mismo que califica constantemente de extremista al propio Casado, el mismo Pedro Sánchez que ha permitido abrir una comisión que estudie la posibilidad de suprimir el delito de injurias al Jefe del Estado, a la Corona, a la bandera y los símbolos del estado o a los sentimientos religiosos, entre otras falacias, ni puede ni debe ni tiene derecho a sentirse ultrajado por un rifirrafe parlamentario; diríase que lo único que busca son clavos ardiendo a los que agarrarse tras una gestión política rufianesca de la que ni él mismo debe sentirse satisfecho.