La impetuosa y fulgurante aparición de Vox en el parlamento andaluz con doce diputados, unida a la proyección que se le puede vaticinar sobre los futuros comicios de todo tipo que se tendrán que celebrar en España en un futuro próximo, incluidas las elecciones legislativas del estado para las que, por mucho que Sánchez las demore, solo quedarían 18 meses, ha provocado un auténtico terremoto político y las reacciones más variopintas de unos y otros partidos.

Vox no es más que una escisión del Partido Popular por la derecha, como el partido para la Ciudadanía lo fue hacia un centro con ciertas connotaciones socialdemócratas. La corrupción del PP unida a su tibieza en muchos aspectos frente el nacionalismo, hicieron que muchos se pasasen en bloque a Ciudadanos que también se nutrió de hastiados del socialismo; el abandono de alguno de sus principios básicos como la indiferencia hacia las víctimas del terrorismo o la no derogación prometida de leyes como la nefanda Ley de Memoria Histórica o la del aborto, provocaron el nacimiento de una fuerza de derecha radical que terminó por concitar el voto de otras muchas personas disconformes con la línea seguida por el Partido Popular al que habían votado muchas veces.

Lo cierto es que Vox ha originado el pánico en todas las demás formaciones. Menos miedo en un Ciudadanos ufano por su gran crecimiento y satisfechos por el hecho de haber contribuido a lograr su ansiado derribo del régimen socialista en Andalucía, aunque preocupado porque sabe que eso solo es posible contando con Vox de quien preferirían distanciarse y por eso parecen intentar plantear otras ecuaciones irresolubles. Algo más de miedo en el PP que, sin embargo, parece contento con la posibilidad de gobernar contando con Cs y con Vox sin ningún complejo, pero con el desasosiego de ver como este último le puede hacer daño y comerle la tostada a nivel nacional en un futuro no lejano.

La llegada de Pablo Casado no fue mal acogida por las derechas, pero a lo que se ve no lo suficientemente bien. Casado ha llegado limpio de corrupción -aunque pronto empezó a recibir ataques por la izquierda que no tuvieron éxito- y ha adoptado una línea más intransigente con los desmanes de unas izquierdas que cada día parecen más descerebradas. Todo ello ha hecho que esas izquierdas vuelvan a sacar de paseo la imagen del doberman, a reeditar el concepto de crispación y, como no podía ser menos, a catalogarle como de extrema derecha, aunque no hubieran hecho algo muy diferente en cualquier otro caso. La tarea que Casado parece proponerse es muy difícil, por un lado, recuperar a quienes se le fueron por su izquierda se antoja muy complicado pero, aunque Ciudadanos parezca bien asentado, no sería descartable pensar que en un futuro algunos de los que allí se fueron vuelvan, porque su línea de pensamiento y su corazón les lleve de regreso a la gran casa común de las derechas que representó el PP. Tampoco parece fácil recuperar a los desencantados que votaron a Vox, pero ésto se nos antoja más viable que el caso anterior; en todo ello es donde el nuevo presidente popular tendrá que demostrar su capacidad de seducción y mostrar la firmeza de sus principios ¿Resultará Casado un aglutinador como Aznar o un desastre como Hernández Mancha? Está por ver.

Pero, ¿es Vox el partido de extrema derecha y fascista que otros pretenden hacernos creer? De momento, en las distintas formaciones de izquierdas y en los nacionalismos es donde el pánico al que aludíamos ha causado una autentica conmoción. Y es que Vox, a pesar de todo una fuerza aún de pequeñas dimensiones, es el partido que con su resurgir ha provocado el vuelco en la política andaluza y puede ser el causante a nivel nacional de que unas derechas, aunque divididas, sean claramente las que sumen lo suficiente para dejar al actual remedo de Frente Popular sumido en la amargura. Y contra eso vale todo, contra eso valen las salvajes movilizaciones callejeras que promovió Iglesias, las democráticas pedradas, las quemas de contenedores y los insultos a Ortega Lara.

Guste o no, Vox es un partido legalmente constituido al que cuatrocientos mil andaluces, que merecen todo el respeto, han votado con toda legalidad y legitimidad. Extremista es quien provoca las algaradas violentas y esas son las que han provocado Pablo Iglesias y sus acólitos.

Si hubiese mostrado algún signo de anticonstitucionalidad no hubiese sido admitida su inscripción por el Consejo Nacional Electoral. Vox es un partido de derechas, muy de derechas, de derecha radical (radical de raíz) se puede encontrar en una zona ideológica que algunos podrán llegar a considerar como derecha extrema en el mejor sentido del término, es decir sin asimilarlo al fascismo. Uno de sus imperdonables pecados parece ser el de defender sin complejos la unidad de España pero nada en su programa hace que suene a fascista; convendría que toda la caterva de niñatos que el señorito Conde de Casoplón y sus filiales antifascistas antisistémicas movilizaron, se enterasen primero de qué es el fascismo y después que se leyesen el programa de Vox, aunque no estamos seguros de que lo fueran a entender.

A muchos no nos gusta todo lo que ese programa contiene, pero querer cambiar algunas leyes utilizando métodos democráticos y constitucionales no convierte a Vox en un partido anticonstitucional. Decir que la inmigración debería estar regulada no convierte a nadie en un fascista, desear derogar el aborto es algo con lo que se puede estar o no de acuerdo, pero no transforma a nadie en un perverso misógino que ataca a las mujeres.

Querer reformar la Constitución es lo que lleva diciendo el contumaz viajero aéreo que preside nuestro gobierno. En el parlamento se sientan y defienden sus ideas en libertad quienes desean romper España, se sientan y defienden sus ideas en libertad quienes quieren destrozar la Constitución, quienes la juran por imperativo legal -es decir que no la acatan-, quienes quieren derrocar a un Rey constitucional e instaurar la república, un presidente que opina que hay que anular la inviolabilidad constitucional del jefe del estado y quienes desean modificar las leyes para dejar desprotegidos a nuestro himno, a nuestra bandera y a nuestro Rey ante las injurias y afrentas. Se sienta alguno que, como mínimo, hizo el amago de escupir a un ministro y algún rufián que insulta a troche y moche. Se sientan los que convocan manifestaciones no exentas de violencia contra aquellos que han obtenido legalmente sus escaños. Se sientan quienes no tuvieron reparo en aceptar el apoyo de Bildu para desbancar a un gobierno. Al parecer todos esos son muy constitucionalistas, como acaba de sostener la eximia ministra de Justicia, todos esos son la esencia de la democracia, según se deduce de las palabras de Dolores Delgado, pero aquellos que quieren utilizar los instrumentos legales para derogar algunas leyes que no les gustan, son tratados como fascistas, unos fascistas que son los únicos que se han querellado en los tribunales contra los catalanistas hispanófobos, verdaderos y auténticos fascistas como Torra, con cuyo apoyo Pedro y Bego han conseguido vivir en un palacio, irse de cuchipanda a Benicassim en avión privado y sumarse a un besamanos junto a los Reyes.

No somos votantes de Vox, no nos gustan muchos de sus planteamientos. No queremos suprimir el estado autonómico, aunque sí creemos que es muy mejorable. Creemos que hay que regular la inmigración, pero no nos gusta la radicalidad con la que Santiago Abascal trata el tema. Hay cosas que no nos gustan, pero otras también suenan muy sensatas ¡Estamos de acuerdo con proteger los símbolos de la nación y la Corona! ¡Cómo no estar de acuerdo con reformar el sistema electoral, reducir el gasto político y bajar hasta el 4% el IVA para la compra de productos infantiles y geriátricos!

En un país en el que se defiende como un derecho inalienable la libertad de opinión para decir toda clase de barbaridades, ahora pretenden demonizar a quienes dicen algo que no les gusta. Y no les gusta, ya saben, a los que defienden su pensamiento único. O piensas como yo, o eres un facha, nada nuevo. Abascal tiene todo el derecho que le da la Constitución española a expresar sus ideas en libertad y, de momento, que se sepa, no ha cometido ninguna ilegalidad ni ha organizado desmán de ningún tipo. Y no nos cabe duda de que ahora en Andalucía estará dispuesto a ceder en muchas cosas para lograr el cambio. De momento ya ha manifestado que no piensa ser obstáculo para formar una mayoría alternativa y eso significa mucho.

Nos gustaría que alguien, se llame Casado o no, lidere una derecha incorruptible, unida y con principios claros. Nos gustaría que alguien, se llame Rivera o no, lidere un centro o algo similar con ideas bien definidas y también nos gustaría que en España hubiera una socialdemocracia keynesiana honesta y alejada de veleidades al estilo del zapatero-sanchismo. Lo que no nos gusta ni jamás nos podrá gustar es el nacionalismo cuando es excluyente ya que solo desgracias puede acarrear, ni nos gusta el extremismo comunista-bolivariano, porque los estalinistas y los que utilizan la algarada como arma política sí que son los verdaderamente peligrosos. Pero asumimos aquella frase que, aunque no es suya, se suele atribuir a Voltaire: “no estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo”.
Los ciudadanos de a pie seguiremos soportando lo que tenemos.
Con resignación.
Quizás es que no nos queda otra.

Noticia de ultima hora: Impasible el ademán, tras el ridículo hecho en Andalucía que ya comentamos en nuestro artículo anterior, el CIS acaba de publicar un nuevo sondeo en el que el PSOE se sale por arriba hasta estar a punto de poder tener casi un orgasmo demoscópico, mientras el PP y Ciudadanos se hunden en el abismo. Y se dice que a Tezanos lo van a sacar a hombros por la puerta grande de Ferraz.