¿Vuelven las dos Españas? ¿O quizá nunca se fueron?

La España de los balcones y los homenajes dedicados a tantos empleados y muchos sufridos servidores públicos que, generosamente, llevan largo tiempo exponiendo su seguridad personal para ayudarnos a sobrellevar la terrible crisis sanitaria que nos amenaza, la España de los aplausos a ellos dedicados, ha terminado desembocando en otra cosa, ha devenido en la España en que las ollas y cucharas resuenan, como un clamor cada vez más imparable, contra la infructuosa, demagógica y sectaria gestión del gobierno.

El 30 de diciembre de 2.018 publicábamos en este blog un artículo titulado “Cuando los extremos se tocan” en el que citando el principio de acción y reacción de Newton, decíamos entre otras cosas que “el extremismo de un sentido provoca (…) otro extremismo de signo contrario y cuanto más drástico sea ese radicalismo más drástica será la respuesta (…) una desmedida presencia de separatistas conducirá inevitablemente a un aumento exponencial de centralistas y viceversa, las movilizaciones de antisistemas en la calle con intenciones políticas acabará por provocar movilizaciones de signo contrario (…) Nos estamos jugando la concordia nacional. Todos los políticos, de uno u otro signo, deberían quizás pensar en el resultado y  en las consecuencias de sus palabras y de sus actos”

En varias ocasiones y en otros post habíamos afirmado también que en España la extrema derecha era simplemente testimonial, que más allá de algunos y escasos grupúsculos de  jóvenes descerebrados, gamberros con la esvástica en la mano, no existía ningún tipo de organización o estructura que les diera significativo soporte alguno. La extrema izquierda, por su parte, estaba bien integrada en el sistema y su brazo político más notable, primero el Partico Comunista de España (un PCE eurocomunista) y después Izquierda Unida (IU), parecían haber asumido de buen grado un papel conciliador dentro de un sistema democrático liberal occidental.

Pero llegaría aquel movimiento llamado “El 15M”, que tanta expectación e ilusión despertó en muchos y que a otros nunca dejó de olernos a cuerno quemado. Con él decaería el sistema bipartidista que, dígase lo que se diga, nos proporcionó muchos años de estabilidad y prosperidad al contrario de lo que está aconteciendo hoy, con estas jaulas de grillos en las que ahora se han convertido los Parlamentos, no solo en España sino también en toda Europa. De aquel 15M, como muchos suponíamos, acabó apropiándose la extrema izquierda y acabaron por tener un papel de gran visibilidad y protagonismo los Podemos, las Unidas Podemos, los Anticapitalistas, las Mareas, las Carmenas, las Colaus, los Kichis y demás purrela de politicastros que tanto abundan en el panorama nacional. Los Pablo Iglesias y Montero de Galapagar, exvallecanos proletarios devenidos en nueva casta y que por obra y gracia de lo que antes fuera un partido digno llamado PSOE, hoy degenerado en sanchismo vergonzante, ocupan los mas altos sitiales de la política patria. Ocupan esos solios quienes fueran los reyes del escrache, los cabecillas del cerco al Parlamento, los que defendieron a quien llevaba explosivos a una manifestación, los que sentían placer cuando veían romper la cabeza a un policía, aquellos que consideraban el acoso a los para ellos insoportables derechistas como jarabe democrático, los mismos que ahora quieren destruir el sistema para implantar su propia dictadura.

Si a todo ello unimos la cada vez mayor relevancia de los nacionalismos varios, incluidos los secesionistas autores de un fracasado golpe de estado, cada vez más crecidos y engallados también por mor de sus avenencias con Sánchez, el presidente rey del diálogo (de besugos), a causa de los compadreos de Sánchez con el catalanismo irredento para no solo no haber avanzado un ápice sino todo lo contrario en su pretendida pacificación del independentismo; y si también añadimos los vergonzosos acuerdos con los herederos de ETA -el último de carácter suicida para la derogación íntegra de la reforma laboral a escondidas de todos incluido su propio gobierno y el PNV, a espaldas de un Ciudadanos de nuevo engañado que parece querer firmar su acta de defunción-, el terreno para que mucha gente se sienta engañada y muy cabreada está perfectamente abonado.

Jamás llegaré a acuerdos con Bildu, si quiere se lo digo cinco veces más, o diecinueve  más”, decía no ha mucho Sánchez. Pero su filosofía actual se resume en un “Pídeme lo que quieras, que cualquier cosa te daré si me votas. Y ya veremos si lo cumplo, porque puedo rectificar, y si te sientes engañado espabila para la próxima vez, porque si en algo no engaño es en que siempre miento”.

La atomización y fragmentación  de la política acarreó que al Partido Popular, que siempre había mantenido unida a la derecha,  le saliese un grano que seguirá supurando mucho tiempo. Vox es un partido conservador radical, el que se encuentra más a la derecha del arco parlamentario español y en ese sentido podrá considerársele como de extrema derecha, pero aunque muchas de sus posturas puedan ser más que discutibles, jamás han ensalzado la violencia ni el fascismo, nunca les hemos oído defender el franquismo en donde tantos le sitúan; por el contrario, la extrema izquierda no tiene el menor inconveniente en alabar a Lenin, a la revolución rusa de 1.917 y a Fidel Castro,  la izquierda radical que cuenta con un  miembro, vicepresidente de la Comisión de Reconstrucción, ex abogado de las FARC,  que -lo afirmó él mismo- no dudaría en repetir los asesinatos cometidos contra en Zar y la familia real rusa en el Palacio de Invierno en 1.919,  si en España “se diesen las condiciones adecuadas”.

A Sánchez, en su día, le expulsó de la Secretaría General su propio partido porque temían que tomase la deriva que finalmente ha emprendido, pero él logró superar todos los obstáculos y ahí sigue mientras todos, los que le quisieron y los que no, le aceptan en actitud genuflexa. Pero la ominosa gestión del trance en que nos ha puesto la tan inesperada crisis del COVID-19 ha sido mucho más que una gota, está siendo el diluvio que ha hecho y hará rebosar la paciencia de los no muy cegados ante el aura socialista  capaces de creerse hasta las macabras bromas de Tezanos.

Hay mucha gente que está harta, hay mucha gente que no está dispuesta a que se vean conculcados sus derechos mediante un Estado de Excepción encubierto, gente hastiada de permanecer confinada que no quiere ver como convierten a España en un erial. El hartazgo y la falta de sentido común de muchos provocan la protesta -cierto que en algunos casos insensatamente por las formas-. Hay muchas personas que empiezan a decir basta. La izquierda siempre ha sido dueña de la calle, la única capaz de movilizar a sus masas y por eso no concibe ver que en la derecha ocurra lo mismo. Pero eso es algo que a conservadores y liberales  les cuesta mucho más, las manifestaciones y caceroladas contra el gobierno que estamos viendo no han sido convocadas por nadie. Por mucho que Isabel Ayuso u otros hayan podido hacer alguna declaración fuera de tono que alguien podría entender como incitación, la movilización no ha sido programada. La gente ha empezado a salir a la calle en un movimiento espontaneo que amenaza con extenderse por doquier.

No se puede jamás apoyar ningún escrache, ni siquiera contra quienes los hacían o avalaban y ahora se rasgan las vestiduras. No nos gustará jamás que la gente se amontone y no guarde las distancia social durante las caceroladas -aunque cada vez se observan más manifestantes conscientes de que deben ir separados-, pero el pueblo tiene todo el derecho a manifestarse -lo acaba de ratificar la Fiscalía- contra el poder cuando es abusivo. Y el poder actual es arbitrario en exceso.

Mucha gente está muy harta y, con mayor o menor fortuna lo expresa en la calle. La libertad de expresión ampara a todos, a Valtonic, a Willy Toledo y también a quienes lo hacen en defensa de la legalidad y contra los excesos. Con mayor o menor mesura las manifestaciones de quienes portan una bandera constitucional de España son pacíficas, al contrario de lo que suelen hacer quienes portan banderas republicanas o senyeras. Pero todo entraña su peligro, incluido el de la aparición de contramanifestantes de signo contrario, jaleados por los de siempre, que también observamos en algunos lugares.

Acción y reacción. Sánchez, el desenterrador, ha conseguido algo que jamás creíamos que volviera a suceder. Sánchez no solo ha desenterrado a Franco, el doctor en pactos a lo Frankenstein, lleva dos años poniendo el máximo interés en desenterrar también su fratricida hacha de guerra y está empezando a exacerbar los ánimos de los unos y de los otros hasta el punto de empezar a resucitar aquello que habíamos olvidado o queríamos olvidar: Las dos Españas que nos han de  romper el corazón.

Acción y reacción. La Historia les juzgará. Solo nos queda la esperanza de que pronto se vayan para no volver.