El color político de la crispación. Mejor urnas que Presidente por accidente
”Este partido está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones"
Pablo Iglesias Posse, fundador del PSOE (Diario de Sesiones del Congreso el 5 de mayo de 1910).
El PSOE gobierna de nuevo en España mientras que el partido Popular ha regresado a la oposición. No ha mucho que decíamos en este blog que eso es lo que necesitaba el PP, aunque de ningún modo suponíamos que ello sucediera tan repentinamente. La particularidad más novedosa es que el principal partido de la oposición cuenta con 52 escaños parlamentarios más que el del propio ejecutivo, un gobierno que ha contado, para ganar su moción de censura, con el voto de la mayoría de la Cámara, pero que no ha podido, ni parece haber querido, formar ningún tipo de alianza para gobernar porque en realidad nadie le apoya; solo ha contado con esos votos por el interés común de desalojar al gobierno del PP, pero ninguno de los que le han votado desea otra cosa que sacar rédito de tal amparo, bien sea porque les parecía una opción política más asequible a sus intereses, bien sea porque en realidad les quieren reemplazar mediante el famoso sorpasso, o bien por ambas cosas. Nueva versión de la viuda negra. En cualquier caso la situación para el nuevo ejecutivo presenta unos tintes preocupantes, una coyuntura de extrema y endiablada dificultad. Pero el PSOE y el nuevo presidente Sánchez ya sabían a lo que exponían con 84 escaños en una Cámara de 350, así que tendrán que lidiar este miura y ya veremos en qué queda todo -por el momento habremos de reconocer que la designación de ministros se ha efectuado con bastante sensatez, aunque no creemos que puedan ser del agrado de quienes apoyaron la moción-.
Al parecer y de hacer caso a todo lo que nos dicen, tanto expertos juristas como múltiples opinadores de la política patria, lo ocurrido es totalmente constitucional, legal y legítimo porque la moción de censura constructiva, así llamada porque se presenta con un candidato alternativo, está contemplada en nuestra Constitución y se ha obtenido con la mayoría parlamentaria suficiente.
Pero el artículo 99.2 de la Carta Magna dice, y cito textualmente:
El candidato propuesto conforme a lo previsto en el apartado anterior expondrá ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que pretenda formar y solicitará la confianza de la Cámara.
Ni en el Congreso ni hasta ahora el Señor Sánchez ha expuesto programa alguno más allá de la etérea promesa de que todo va a cambiar para mejor, una mera declaración de intenciones sin definir y, para colmo, utilizar y apoyarse, legalmente también, en los presupuestos generales del estado que el depuesto gobierno había sacado adelante y que los nuevos regidores combatieron y trataron de evitar con todas sus fuerzas por considerarlos injustos e insolidarios. Doctores tiene la Santa Madre Iglesia -con perdón-, según reza el dicho, y juristas “haberlos haylos” de sobra en el estado, pero a los ciudadanos de a pie nos pueden caber dudas que, creo, nadie va a aclarar.
En cuanto a su legitimidad, teniendo en cuenta que ésta supone no solo hacer algo acorde a la ley sino también que esté de acuerdo con lo justo o razonable y que legitimo es sinónimo de lícito que, entre otras cosas, significa ajustarse a la moral, afloran mayores dudas de que admitir los votos de aquellos que quieren destruir el estado, de los filoterroristas de Bildu o de los golpistas independentistas catalanes, pueda considerarse aceptable, máxime cuando ellos mismos habían abominado de aceptar esos votos solo pocos días antes por considerarlos deleznables.
Muy lícito tampoco parece presentar una moción de censura basándose precisamente en la licitud de hacerlo debido a las corruptelas del oponente cuando su partido también tiene mucho que callar y, sobre todo, apoyandose en otros partidos incursos en procedimientos judiciales por corrupción (Palau, tres per cent… etc.,etc.), y no es cuestión de ponerse a la difícil tarea de medir el tamaño de la corrupción de cada cual, porque si corrupto fuese el que roba mil, no lo sería menos el que roba quinientos.
La realidad es que, sin prejuzgar si esto pudo haberse pactado de antemano o si simplemente se aprovecharon de una circunstancia inesperada, fue la ocasión soñada y el momento que supieron redituar, el rebote favorable para mandar el balón a la red; puro oportunismo político, porque de ninguna otra manera hubiesen logrado alcanzar el gobierno en las urnas y bien lo sabe don Pedro tras haber sufrido dos duras derrotas anteriormente y ante unas adversas predicciones demoscópicas.
No faltan voces que señalan que esta nueva configuración de la política española puede servir a los dos, hasta ahora mayoritarios partidos, para recobrar el aliento, rebajar las expectativas de los emergentes y concluir con una posible vuelta del bipartidismo. Todo es posible pero tampoco parecería descabellado todo lo contrario.
Presidente por accidente ya lo fue Rodríguez Zapatero, aquel que cuando todas las encuestas señalaban al PP como ganador de las elecciones generales de 2.004 por mayoría absoluta, supo aprovechar -Rubalcaba mediante- la oportunidad que le brindó el lamentable e inesperado atentado del 11 de marzo. Mucho más sagaces, arteros, intuitivos y ladinos que un torpe y desnortado PP al que cercaron sus sedes, un PP que no supo reaccionar del modo más adecuado a la situación (tal vez nunca supieron y quizá nunca aprenderán).
Dos casos muy seguidos de Presidentes por accidente ya dan para pensar. Sobre todo para que los populares mediten sobre todo lo que han hecho mal, que son demasiadas cosas y a sabiendas de que la lacra de la corrupción, con toda su carga mediática y significativa, solo ha sido una de tantas.
Lo más singular es que más pronto que tarde, si no ha ocurrido ya, el Partido Popular, con Rajoy o sin él, volverá a ser llamado el partido de la crispación.
Vivir para ver.