Déjennos manifestarnos en paz
El pasado 8 de marzo -día internacional de la mujer- tuvo lugar una huelga feminista que, ciertamente, logró un bajo seguimiento, pero que dio lugar a grandes manifestaciones en las principales ciudades españolas con una participación tan multitudinaria que pudo ser catalogada de histórica. Ese día hubo actos similares en muchos países, pero los de España fueron muy superiores a cualquier otro evento análogo. Posteriormente, el fin de semana del 17 y 18 de marzo, tuvieron lugar otras y numerosas manifestaciones reivindicativas por diferentes razones. No podemos más que mostrar nuestra solidaridad con todas ellas ¿Cómo no estar de acuerdo con que la mayoría de las pensiones de jubilación deben ser dignas y revalorizadas en consonancia con el IPC? ¿Cómo no vamos a apoyar la idea de que la mujer debe tener exactamente los mismos derechos que el hombre? ¿Cómo no creer firmemente que nuestros policías y guardias civiles deben percibir los mismos salarios que los pertenecientes a las administraciones autonómicas? Y, a diferencia de algunos irreflexivos sectarios, compartimos con los manifestantes que la prisión permanente revisable (PPR), para delitos muy graves, debe mantenerse en sus actuales parámetros al igual que sucede en la mayor parte de los principales países de nuestro entorno europeo.
Pero también rechazamos cualquier componente ideológico que tales reivindicaciones puedan contener, elemento que, además, no pertenece en origen a quienes salen a reclamar justicia, una demanda que siempre aparece como elemento externo, ajeno a su voluntad, siendo utilizado por aquellos que tratan de aprovecharse y llevar las aguas a los cauces que les convienen. Se suelen hacer hacer de manera tal que parecen no existir pero existen, no en todas, pero existen. Veamos algunas:
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No nos cansaremos de repetir lo justas que son todas las reivindicaciones de esa mitad de la humanidad que suponen las mujeres; sí a sus demandas y sí a las manifestaciones. Pero cuando ciertos sectores políticos -adivinen cuales- partidos o sindicatos, buscan un protagonismo que no les corresponde en la defensa del feminismo, aquellos que tratan de imponer sus eslóganes cargados de ideario político, merece la pena recordarles que todos ellos están regidos por hombres y, también, que todos tienen pocas féminas en puestos de gran responsabilidad, algo que no les parece obstáculo para intentar autoproclamarse adalides de la defensa de los derechos de la mujer, obviando sus propias posturas machistas que en más de alguna ocasión no pudieron ocultar. Afortunadamente, la mayor parte de las mujeres, que son muy inteligentes, hacen caso omiso de tanta estulticia.
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Tampoco son ajenas a intereses políticos las manifestaciones a favor de la PPR, pero en este caso no parece ser que la ideología fuese lo que estimulaba a los manifestantes, que defienden la prevalencia y legitimidad de lo que creen es de justicia. Son otros los que politizan el caso; son aquellos que pretenden derogar la actual ley, algunos de los cuales aun siendo conscientes del coste electoral de su postura, no saben como escapar del callejón sin salida en el que se han metido y son otros los que vuelven, una vez más, a demostrar su cinismo, su buenismo falsario y ridículo añadido a su doble vara de medir, pues son los mismos que, por ejemplo, celebraron con alborozo las condenas a cadena perpetua de 29 militares argentinos hace muy poco tiempo.
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Las manifestaciones a favor de la mejora de las pensiones han estado, cuando no convocadas, al menos avaladas por sindicatos que callaron cuando un gobierno anterior las congeló y avaladas también por el propio partido que no las incrementó tras negar repetidamente que hubiese una crisis económica. Mientras, otras fuerzas populistas de nuevo cuño también quieren asumir un protagonismo que no les pertenece.
El problema es muy serio y nadie parece tener remedio para tan grave trance. Es demagógico decir que la solución pasa por demoler el estado de las Autonomías, es demagógico decir que las pensiones se revaloricen ya y sin más -como la implantación de la renta básica sin saber de donde sacar el dinero-, es demagógico decir que se reduzcan gastos de Defensa y se empleen en las pensiones, o decir que no se debieron rescatar ni cajas de ahorro ni autopistas, o pedir que se impongan impuestos a la banca, es demagógico decir que se va a reducir el IRPF a pensiones que ya no pagan ese impuesto. Nadie ofrece una solución razonable, quizá porque ello entrañe extrema dificultad debido al alarmante descenso de las aportaciones y al aumento de nuestra expectativa de vida tras la jubilación, pero todos quieren sacar provecho político. Incluso, algunas de las demagógicas posturas se parecen demasiado a las del Syriza de Tsipras, quien en Grecia acaba de aplicar el decimotercer recorte a las pensiones.
El Pacto de Toledo no está resultando útil porque no existe una verdadera voluntad de pacto; solo se trata de desgastar al adversario político y así no se llegará nunca a buen puerto. Mientras, los pensionistas siguen y seguirán sufriendo las consecuencias y se ven inducidos a asumir diferentes posiciones ideológicas o, en definitiva, a ver crecer su mala leche. El principal responsable será siempre el gobierno de turno pero cada coyuntural oposición debería tratar de sumar y no de restar. Cualquier gobierno, el que sea, solo acertará a poner parches y eso cuando se sienta la proximidad de elecciones, remiendos a los que se opondrán todos los demás. Nadie, nadie, ninguna formación política ofrecerá soluciones viables mientras primen los intereses partidistas sobre los del conjunto de la ciudadanía. Es la puñetera politización.¡Déjennos manifestarnos en paz!