En un medio que merece toda mi credibilidad leo con honda preocupación la información de que en las escuelas de algunos países hispanoamericanos se enseña a los niños a odiar a España.

Ya sabíamos que la Historia que en esos países se enseña siempre ha estado influenciada por las falsedades de la Leyenda Negra, el mito ideado y expandido hace siglos, fundamentalmente por los británicos que pretendían hacerse con las riendas del comercio y las riquezas provenientes de América; también éramos conscientes de la cantidad de beocios, siempre minoritarios y extremistas de izquierda, ignaros españoles que se unen a esos planteamientos. Pero, del mismo modo que está ocurriendo en muchas otras facetas, todas estas astracanadas están alcanzando límites desmesurados.

Las ofensas proferidas a nuestra Corona por el viejo fantoche cocalero y nuevo presidente peruano, Pedro Castillo, sus ataques a España en presencia del Rey Felipe VI, son el último ejemplo de lo que el populismo latinoamericano y bolivariano viene haciendo desde hace tiempo y la causa del reciente exacerbamiento del ataque a estatuas y demás símbolos. Castillo es la última desgracia que le ha acontecido a un Perú casi agonizante, un país al que tampoco parece que la alternativa Fujimori hubiese ofrecido perspectivas muy halagüeñas.

López Obrador en Méjico, Nicolás Maduro en Venezuela, los regímenes cubano y nicaragüense y ahora este Castillo, son algunas de las muestras de los dirigentes y las corrientes comunistas que se están expandiendo cual mancha de aceite por Iberoamérica. Como cualquier populista que se precie, ellos necesitan descargar sus frustraciones y justificar sus tremendas carencias valiéndose de uno o varios enemigos exteriores y sus blancos favoritos son siempre los yanquis y el antiguo y perverso colonizador. Seguramente nuestros predecesores españoles pudieron haber cometido abusos -menos que en cualquier otra colonización de cualquier otra potencia-, pero no se puede juzgar aquella obra de España con mentalidad del siglo XXI. El  que sus países lleven doscientos años enzarzados en fratricidas luchas internas y sometidos por sus propias oligarquías deshumanizadas, no les parece suficiente para justificar sus tremendas lagunas. Que Hernán Cortés liberase a muchos nativos  de la tiranía y la barbarie a que les tenían sometidos los aztecas, indigna a muchos como López Obrador, que se fundaran numerosas universidades -ninguna crearon los británicos en Norteamérica donde los indígenas siguen arrinconados en sus reservas-, que se construyeran hermosas catedrales, se civilizara a las tribus caníbales, se fomentase el mestizaje, se divulgara la cultura y la religión que mayoritariamente hoy profesan, que se hicieran magnificas  obras como las de fray Junípero Serra, fundador de nueve misiones donde tanto se ayudó al pueblo nativo, que el entonces gobernador de Florida, Manuel de Montiano, estableciera en Fort Mosé el primer asentamiento legal de colonos negros en los actuales Estados Unidos, y tantas acciones espléndidas como ningún otro país colonizador haya jamás llevado a cabo, no parece haber conseguido calmar la ira de tan abyectos gobernantes que no tienen el menor rubor en cargar contra la que fuera Corona de Castilla, hoy Reino de España.

Y esa tergiversación de la Historia que no es novedosa en las aulas americanas, cada vez se ejerce con mayor presión. Pero, lamentablemente, resulta que nuestra contribución a semejante pillaje es notable:  (reproduzco textualmente) “la proyección exterior de la imagen de nuestro país, muy deteriorada por la diplomacia de Pedro Sánchez no solo consiste en vender nuestro potencial económico entre los fondos de inversión, sino en adecentar un pasado que está por los suelos (…) España llega tarde a una campaña de intoxicación similar a las que desde hace décadas ha tolerado en el interior de su propio territorio nacional, expresión trasatlántica de un indigenismo que lleva al extremo la quimera de los independentistas catalanes y vascos, también impregnadas de etnicismo”. (El subrayado es propio)

Los distintos gobiernos de España llevan cometiendo errores muchos años, demasiados, pero todo parece ir a peor. Con un gobierno que no se atreve a llamar dictadores a quienes masacran a sus propios ciudadanos y contemporiza con ellos para satisfacer a sus socios en el consejo de ministros, un gobierno que ni sabe ni quiere responder a las ofensas proferidas a su jefe de estado, un gobierno permisivo y condescendiente con el mismo separatismo pueblerino y tribal cuyas políticas sirven de aliento y son ejemplo a seguir por la izquierda bolivariana latinoamericana que abomina de España, con ese caldo de cultivo ¿qué se podía esperar?